Embutir no es descubrir

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¿Por qué  los hoteleros no prestan más atención a los productos de la tierra donde están sus establecimientos? ¿Por qué los desayunos que uno se toma en un hotel rural, de aldea, son tan parecidos a los que puedes tomar en un hotel de Madrid, o de Barcelona, o de Bilbao, o de Málaga…? ¿Y si los clientes lo que damos a entender es que necesitamos embutirnos de lo que haya para así «aguantar» toda la mañana?

Te vas a un hotel o casa rural  y aparece en una bandeja de desayuno un queso de barra industrial perfectamente cortado y apilado. A su lado, el fiambre de york, el jamón loncheado y el chorizo en barra… Bollos de pan que al cortarlos la miga se enrosca como un armadillo y bollería que bien podría ser combustible para un candil.

«¿Pues a qué hoteles vas tú?», me preguntaréis. Bueno, pues desde sitios con logotipos de postín, hasta casas más humildes…

Y mientras, publicidad institucional sobre productos agroalimentarios en prensa, radio y televisión. Pues bien, a lo mejor es mucho más barato que todo eso que anuncian sea puesto, por ejemplo, en una mesa de desayuno. Imagine, señor gestor/político, imagine y haga números porque por las casas rurales, hoteles y hostales de su comunidad autónoma han pasado  miles de visitantes que, como es lógico, en su inmensa mayoría han desayunado tras una ducha y lo que se han encontrado es tan parecido a lo que pueden comer en casa que sí, se han sentido como en ella, pero no han descubierto nada que les haya sorprendido, ningún producto que buscar en tiendas o colmados, ningún viaje fuera de la ruta marcada.

El turismo, y más el rural, creo que debiera medirse también por la capacidad de sorpresa y curiosidad que es capaz de proporcionar el destino en su versión gastronómica, que también es cultural, que también es económica.